jueves, 17 de junio de 2010

Charlas de quincho

Quinchos dominados, obviamente, por el Mundial. En Olivos se festejó el único gol del seleccionado tanto como las encuestas que demostrarían un sostenido crecimiento en la imagen del Gobierno.

Quinchos dominados, obviamente, por el Mundial. En Olivos se festejó el único gol del seleccionado tanto como las encuestas que demostrarían un sostenido crecimiento en la imagen del Gobierno. También -en el entretiempo y después del partido- se habló del éxito que tiene un embajador argentino en sus polémicas a través de las redes sociales. Otro ex presidente rompe la regla de no viajar a mundiales a riesgo de ser considerado «mufa» si pierde el equipo nacional. Lo hizo después de aparecer en una foto del «panperonismo» opositor y de viajar al interior acompañado de un líder sindical amigo. Finalmente, hubo despedidas diplomáticas y en una de ellas se comentó la verdadera trama de un romance fraguado entre una vedette y un ex funcionario público. Veamos.

Como a todos, el Mundial terminó enredando a los Kirchner en Olivos. No pudieron viajar para atender algunas minucias de Estado que aparecieron el viernes de urgencia; además, en Olivos hay un buen parque de pantallas de todas las generaciones con las que no puede competir ni la rica residencia del matrimonio en El Calafate. El sábado se embutieron Cristina y Néstor Kirchner junto a la familia y gritaron el gol de Heinze. El marido estalló por los teléfonos de euforia. «¡Messi es un monstruo!», escucharon varios ministros a quienes llamó apenas terminó el partido. Aportó poco para el análisis, y eso que no cuesta mucho superar los argumentos de los locutores que explicaron el triunfo argentino: «Con los partidos el equipo va a mejorar, no se preocupen», tranquilizó a algunos críticos que amenazaron con observaciones sobre la defensa, el Messi atrasado o la ausencia de un Palermo que quebrase la muralla del arquero de Nigeria.

Como otros políticos, Kirchner cree que la bonanza política está ligada a la bonanza de la Selección; después de todo, es un dirigente que cuando está en el poder quiere pegarse a todo lo bueno, aunque corra el riesgo de que cuando la taba se da vuelta, terminar pagando los costos. Debería mirarse en el espejo de Barack Obama, quien ante el desastre de BP con el derrame del Golfo anunció que aplicaría toda la ingeniería y los recursos del Estado para remediar un desastre del cual es culpable una empresa privada. Ahora, cuando nadie le encuentra solución, el público le echa la culpa a Obama de lo que pasó y pierde adhesiones, cuando debió dejar que la empresa corriera sola con los costos del error.

Igual le bastó el gol de Heinze para que, en las charlas con entornistas, celebrase que hay provincias en donde la adhesión del Gobierno sube y su propia imagen levanta, insiste, al ritmo de un punto por mes. ¿Y la oposición? Festejó también la foto de los peronistas federales. «Me gusta que se junten, como los radicales, así les gano a todos». Euforia de tribuna que todos disculpan porque nadie se baja del tablón en estos días a la espera de que Maradona y Messi les salven el futuro. Con Cristina, sin embargo, se más que enojaron con el juez Gustavo Pimentel, a cargo de la causa del corte de Gualeguaychú, quien maltrató a su enviado, el procurador Joaquín Da Rocha, cuando le pidió documentos para tramitar el pedido del Gobierno de convertirse en querellante en la causa por el desalojo del puente. «¿Acaso no sabe que el procurador es el jefe de los abogados del Estado y actúa con una ley que le permite representarlo sin que yo firme un decreto?».

Es un juez joven, le explicaron; más aún, ni es juez, es un abogado que está de subrogante y quiere tener todos los papeles en orden. A regañadientes, y arriesgándose a más críticas de los malévolos que dijeron que era un decreto de desalojo del corte, firmó nomás la norma que se publicará hoy en el Boletín Oficial. Con eso cree Cristina que el juez aceptará el rol de querellante y permitirá que se procese a los activistas por hasta 18 delitos presuntos en su algarada exitosa que dura ya tres años.

Tuvo, además, el matrimonio tiempo para la distensión porque se enteraron de que su embajador en Washington, Héctor Timerman, se convirtió en apenas una semana en una estrella de Gobierno polemizando con sus adversarios de la prensa y de la oposición a través de Facebook y Twitter. ¿Cómo es eso?, se interesó Cristina, quien pidió que le habiliten a ella también una cuenta para dar sus opiniones, algo que ya tienen Aníbal Fernández y varios personajes de la oposición. La resonancia de Timerman tiene una explicación que no es seguro sea entendida por otros hombres del Gobierno; en esas redes sociales se tiene éxito cuando quien manda mensajes actúa con extrema sinceridad y dice cosas originales, algo que no hacen siempre los funcionarios. Timerman es sincero, más que otros políticos, en sus críticas a ciertos periodistas y medios, con argumentos que difícilmente suscribirían otros kirchneristas que temen actuar en peleas sin retorno. «No tengo nada que perder», explicó el embajador. No respondió nada Cristina, a quien le llegaron en la semana que pasó comentarios sobre los debates que había librado en esas dos redes sociales el movedizo Timerman, que en realidad charló con ella sobre los documentos que llevarán los dos, junto a Amado Boudou y Jorge Taiana, a la Cumbre del G-20 de Toronto la semana que viene.

El documento más caliente es el que propone Estados Unidos para crear una comisión de esa liga de países para combatir la corrupción. La Argentina decidió acompañarlo, pero con un agregado que espera imponer Cristina en esa reunión: que se investigue la corrupción de los Gobiernos, pero también en las entidades financieras y en los paraísos fiscales. Como les pasa a otros Gobiernos, el argentino tiene denuncias de chanchullos que se arrastran en tribunales y responder con pedidos de pesquisas sobre bancos y paraísos tributarios es la forma de acompañar, pero implicando a todo el circuito de revisión de la virtud ajena, incluyendo a los bancos que son hoy mala palabra en los Estados Unidos y en Europa como responsables de la crisis. La pastilla más enigmática que dejó Timerman en su paso por el despacho presidencial se sume casi en la clandestinidad porque le hizo a Cristina de Kirchner un completo informe de la larga charla que el embajador mantuvo con Lidia Graiver, protagonista de la historia de las relaciones entre el Estado y la empresa Papel Prensa, a la que el Gobierno quiere capturar de la manera que sea, y que dio detalles de cómo se integró esa compañía que seguramente el Gobierno usará en su beneficio en el momento menos esperado.

Parte del debate en Olivos del fin de semana fue si algún Kirchner tiene que ir en algún momento al Mundial de Sudáfrica o quedarse todos a mirarlo por TV. El consejo que se impuso es el obvio: Cristina irá sólo si Argentina llega a la final. Antes, mejor no pisar porque los políticos temen ser víctimas de la leyenda de que transmiten mala suerte. Le pasó antes a Carlos Menem cuando visitó la concentración de la Selección en el Mundial de 1990 porque se le había ocurrido designarlo a Diego Maradona embajador deportivo. Fue con Fernando Niembro con el pasaporte en un sobre y los jugadores, apenas les dijeron que venía Menem, saltaban por las ventanas y se escondían en los placares. Le costó a Menem llegar a Maradona, pero horas después Argentina perdía el primer partido con Camerún. Tampoco ayudó al equipo de Peckerman que Cristina, senadora, asistiese a un partido del Mundial de 2006. Por eso, salvo que haya final, ni pisar Sudáfrica. Ese dictamen parece escrito de antes, porque ningún funcionario o dirigente de la oposición piensa darse una vuelta por allí, desistiendo muchos de ellos de invitaciones con todo pago que les llegaron del Gobierno y de empresas y que quedan allí, sin usar, para envidia de quienes no tendrían tanto prurito si les llegasen los vouchers.

La excepción, como en tantas cosas, es Eduardo Duhalde, quien por estas horas está ya embarcado hacia Sudáfrica con un hijo y un yerno. Como es usual en él, a una semana de trajín sigue otra de turismo y descanso. Agitó varios quinchos la semana que pasó; algunos que tiene como propios pero que había desairado con la ausencia en los últimos tiempos, como el Club San Juan, en donde llegó a montar una legendaria oficina política en los vestuarios, que atendía en bata al salir del sauna y que giraba en torno a una PC que consultaban él, amigos y socios políticos, muchos de los cuales han migrado a otras querencias, como el ministro-intendente Baldomero «Cacho» Álvarez. La rentrée del martes fue por todo lo alto. Primero jugó un partido de tenis completo con su ex ministro Fernando Galmarini. De ahí se trasladó a la confitería del San Juan y recibió al ex diputado y ex Sociedad Rural Guillermo Alchouron, quien llegó con una decena de amigos. Este dirigente rural es el bastonero de un grupo de dirigentes de diversos partidos a quienes une su ideario conservador y agita un documento de políticas de Estado que se parece a otros manifiestos de la oposición.

Lo que buscan es interlocución con todos los partidos, lo mismo que quiere Duhalde con sus reclamos de «políticas de Estado». En algún momento esa relación puede estallar porque ni Alchouron se entregará a Duhalde, ni viceversa, pero las reuniones son el costo de la tarea política. En ese santuario, Duhalde se mueve en confianza porque hasta sus adversarios declinan la pelea cuando se encuentran en bata y reponiéndose del sauna o del tenis. En otros lugares tiene que cuidarse de la brigada del escrache que le atribuye al kirchnerismo. En la lentejeada que ofreció el sindicalista «Momo» Venegas el jueves a la prensa por su día, por ejemplo, cayó por sorpresa. Fue en el hotel sindical Facón Grande (un oxímoron tratándose de un dirigente tan manso, cuando ése era el mote que tenía el activista de «La Patagonia rebelde» Juan Font, representado por Federico Luppi), adonde llegó acompañado de Jorge Todesca, Carlos Campolongo, Carlos Ben, Oraldo Britos, Eduardo Amadeo y otros entornistas que saludaban pícaramente a la prensa como diciendo: no contaban con nuestra astucia, despistamos a los escrachadores.

Ese lote del peronismo disidente se enfrascó durante la semana en conciliábulos cuyo resultado todos conocen porque los dirigentes «federales» se mostraron en una foto de familia que buscaban hace años, de Duhalde a Carlos Reutemann, pasando por Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá, Juan Carlos Romero, Felipe Solá, Francisco de Narváez, Eduardo Mondino, Jorge Busti y Miguel Toma. Lo que no se conoce lo supimos en ese cóctel del «Momo» a la prensa y se sintetiza en tres capítulos:

1) Francisco de Narváez forzó su entrada en la foto porque los demás punteros de esa liga no terminan de saber qué quiere hacer, pese a que en un lugar inusitado, el cóctel del domingo a la noche en el hotel Faena, el «Colorado» se presentó ante Bill Clinton como candidato a gobernador de Buenos Aires. Lo escucharon varios de los presentes (Ernesto Sanz, Federico Pinedo, Juan José Álvarez) y quedó como una confesión irrefutable. Para forzar su ingreso al grupo organizó un día antes de la foto y firma del documento una reunión de terceras líneas del peronismo federal con representantes de cada cacique. La hizo casi a espaldas de éstos, que la consintieron como un esfuerzo de De Narváez de pedir pista con ellos.

2) El documento original tenía un párrafo muy crítico para el Gobierno, pero lo vetó Reutemann, quien argumentó que no era momento de buscar camorra. Se le resistieron, pero amenazó con no firmar.

3) También desapareció otro párrafo pensado por Felipe Solá con críticas y propuestas en el terreno de la asistencia a los pobres. Juan Carlos Romero lo leyó, levantó la vista hacia Solá y le dijo: «Ya veo, vos lo querés correr por zurda a Kirchner». Solá: «¡Eso!». Romero: «Entonces no lo firmo, porque yo no soy zurdo». Lápiz rojo para ese párrafo. Puerta, quien vigiló la firma, explicó al grupo la doctrina del documento, que todos compartieron: en 2011 van a jugar tres sectores, el panradicalismo, el filoperonismo -que venimos a ser nosotros- y el kirchnerismo. El panradicalismo ahora tiene que ver qué hace con Cobos, que perdió con Alfonsín; el filoperonismo tiene que ver qué hace con Macri, que está fuera de la foto; y el kirchnerismo tiene que ver qué hace con Kirchner para que no los arrastre a una derrota.

Así como Duhalde arrastró su lento caracol de sueños a otros quinchos (terminó el sábado en Necochea-Quequén junto al Momo, que ronca fuerte en esas comarcas), hubo quinchos a repetición de otros sectores. Empresarios y políticos, por ejemplo, estuvieron en varias de las despedidas que se le hicieron al consejero político de la Embajada de los Estados Unidos, Tom Kelly, quien fue trasladado a San Pablo como cónsul general. El más escondido de esos farewells se hizo en la casa del banquero Jorge Brito en San Isidro y fue una verdadera multipartidaria, porque estuvieron Daniel Scioli, Amado Boudou, José Pampuro, Guillermo Montenegro, los radicales Ernesto Sanz, Enrique Nosiglia, Christian Colombo, la embajadora de los Estados Unidos, Vilma Martínez -quien brinda en todas las reuniones por la nueva nieta que le nació en su país- y algunos empresarios como Guillermo Stanley y Marcelo Mindlin. En ese cóctel hubo más relatos del paso por 48 horas por el país de Bill Clinton. Se preguntaron todos si el viaje fue una celebración social de su amistad con el grupo Werthein o si también vino con alguna misión de lobby que nadie registró.

Siempre la presencia en estos niveles deja esas suspicacias abiertas, pese a que la familia anfitriona jugó la invitación con gran apertura. Como explicó Julio Werthein en otro cóctel de despedida a Kelly, al día siguiente en la sede de la embajada, su familia no representa a la Fundación Clinton en la Argentina, pero auspicia que venga al país para que hablen con él todos los sectores de la política y los negocios. Les sorprendió a todos que en cóctel del hotel Faena apareciese de vaqueros, camisa leñadora y blazer azul, como si siguiera la trasnoche en otro lado, un dato que también quedó sumido en la oscuridad. «¡Vean que estoy más flaco!», se ufanó mientras se sacaba fotos con los invitados. «Estoy adelgazando para la fiesta de casamiento de mi hija Chelsea, porque no me entra ninguno de los tuxedos que tengo», se rió.

En gente tan enterada como la que fue allí conocimos detalles del nuevo embajador de Chile en la Argentina, Adolfo Zaldívar, sobre quien el Gobierno de Sebastián Piñera ya hizo consultas con Cristina de Kirchner. Fue después de que ese martes estallara por autocombustión el anterior representante Miguel Otero, a quien lo tapó el agua en un reportaje demasiado contemplativo con el régimen de Pinochet. Este Zaldívar, como se contó en estos quinchos, fue en realidad la primera opción de Piñera, pero el dirigente rechazó la oferta porque quería hacer política en su país. Es un ex Concertación que creció a la sombra de su hermano Adolfo «el Chico» Zaldívar, que hoy es senador. Juntos forjaron desde los años 80 muy buena relación de peronistas y radicales con los dirigentes antipinochetistas; algunos de ellos fueron designados por Raúl Alfonsín y Eduardo Menem como asesores en el Congreso argentino para que tuvieran medios para hacer política contra Pinochet. El embajador saliente le adelantó su renuncia el martes a la mañana al gobernador José Luis Gioja en una reunión que tuvieron en la ciudad chilena de La Serena, y en pocas horas, Zaldívar (a) «el Colorín» (lo llaman así por su cabellera pelirroja) aceptó la oferta. En el Gobierno le darán en el acto el placet, así como se dio en tiempo relámpago a Otero a cambio de que Chile votase la designación de Néstor Kirchner en Unasur y creen premiar a un amigo de la Argentina que en la Guerra de Malvinas apoyó al país en contra del Gobierno pinochetista que estaba a favor de Gran Bretaña. Tan argentinófilo es este Zaldívar, que se sabe de memoria el «Martín Fierro» y se lo recita en la cara hasta a los más expertos, como el embajador Ginés González García, y les gana la partida. Estuvo casado con la actriz Ana María Palma, que animó la embajada de su país en Buenos Aires cuando era agregada cultural con el embajador Eduardo Rodríguez Guarachi (a) «el Guayo», uno de los mejores amigos de Carlos Menem y de Eduardo Duhalde (compartió con éste un estudio de abogados durante algunos meses después de 1999).

En el cóctel de despedida en la embajada había encuestadores como Manuel Mora y Araujo, Alejandro Catterberg, Graciela Römer y Rosendo Fraga, quienes comentaron sus números sobre partidos y candidatos. Arbitraron esa información con los grupos de empresarios como Julio Werthein, Mario Montoto, Guillermo Stanley, Jorge Estrada Mora, Orlando Vignatti y políticos como Esteban Bullrich, Eugenio Burzaco, Guillermo Yanco, asesor y marido de Patricia Bullrich. Nadie pondrá datos en su boca, pero nadie negó que haya una mejoría de la imagen de Néstor Kirchner, o que haya distritos en los cuales el apoyo al Gobierno llega al 50%, o que en Santa Fe se mantiene alta la imagen de Carlos Reutemann, pese a que persiste en su mutismo en cuanto a una candidatura.

Se comentó otro aspecto de la tarea hoy de Bill Clinton, que está a la cabeza del comité que promueve la realización del Mundial de fútbol de 2018 en los Estados Unidos. Se ponderó entre gente que sabe de fútbol la ventaja de que en ese país los clubes sean empresas privadas, algo que los ha salvado de la crisis en que viven los clubes en la Argentina y otros países, en donde se mezcla la gerencia privada pero en asociaciones sin fines de lucro, maridaje que les impide moverse con eficiencia en una actividad tan compleja, que hace necesario compatibilizar la frialdad de los negocios con la irracionalidad de la pasión de multitudes.

En un gran cóctel con baile, organizado por la Academia del Sur en la misma embajada para despedir a su gran amigo y benefactor, el embajador de Holanda Henk Soetters, quien parte hacia Portugal, su próximo destino, se escucharon los relatos de actualidad más banales y sorprendentes. Después de los agradecimientos de rigor al embajador, a cargo de María Pimentel de Lanusse, presidenta de la Academia, hubo espacio para conversaciones donde el tema central fue el Mundial de fútbol. Entre los asistentes se destacaban Lili Sielecki, Luis Ribaya, Amadeo Riva, Teresa Bulgheroni, Mariel Llorens de Quintana, Dicky y Gloria Smith Estrada, el embajador Juan Eduardo Fleming, Blanca Álvarez de Toledo, el especialista en arte holandés Ángel Navarro, Mercedes von Dietrichstein, Dolores Navarro Ocampo, Martín Roig, Juan Nicholson y Fabiana de Ridder, Gonzalo Gorostiaga, Juan Pablo Maglier y el neuropsiquiatra Facundo Manes.

Alguien recordó que entre los que viajaron a Sudáfrica estaba Martín Redrado, el ex presidente del Banco Central. Por supuesto, enseguida especularon que fue un viaje para huir de los rumores y los escándalos. Uno que lo conoce demasiado acotó que la ida a Sudáfrica estaba planeada hacía mucho tiempo. Fue una promesa que le hizo Martín a su hijo. Es más: Redrado tuvo que hacer un enorme esfuerzo porque el sábado de la semana anterior, el mismo día que llegó de Londres, tuvo que vacunarse en uno de los centros del doctor Daniel Stamboulian para viajar esa misma noche. El amigo del ex presidente del Central aseguró que no conoce a Luli Salazar y que todo este escándalo lo único que hizo fue derivar en un juicio contra la periodista Agustina Kampfer, la novia de Amado Boudou. El escándalo amenaza con ser politizado porque la oposición, especialmente en el PRO, va a utilizar el tema para demostrar cómo el Gobierno persigue e injuria a quienes considera sus enemigos. No hay que olvidar que Boudou y Redrado fueron amigos y que se distanciaron cuando el ministro de Economía llegó al Gobierno. Ese cargo le había sido ofrecido a Redrado, que lo rechazó porque sabía que no iba a poder ejercerlo con autonomía. Luego vino una serie de desencuentros que culminaron con la idea de Boudou de echar mano a las reservas para pagar la deuda.

Las afirmaciones sobre la sexualidad de Redrado las va a utilizar la oposición comparándolas con las acusaciones que el Gobierno hizo en elecciones pasadas contra Enrique Olivera cuando denunciaron que tenía una cuenta en el exterior, algo que se demostró que no era cierto, o cuando se lo involucró a Francisco de Narváez con la efedrina. Otra persona que conoce de cerca los manejos de los representantes relataba que la persona que maneja la carrera de Luciana Salazar es muy aguda y le inventó romances nunca comprobados con Lionel Messi y Rafael Nadal. Con Luis Miguel tuvo un paso fugaz de una noche en el hotel donde se alojaba el cantante.

Tal vez por no ser tan popular, se ocultó el viaje de la Salazar a Las Vegas con el empresario Matías Garfunkel Madanes, uno de los candidatos a comprar Telecom. La relación más cierta de la vedette es con el futbolista Gonzalo Higuaín, que en la reunión de despedida no alcanzó el rango de relación, sino de «touch and go», igual que un viaje de la rubia al torneo Super 9 de Miami del año pasado, con Juan Martín del Potro. En aquella oportunidad, fue con dos amigas más. A esta altura del relato, los pocos comensales que tuvieron el privilegio de escuchar la historia de la boca de dos expertos bien informados entendieron por qué la Salazar acaba de cambiar su discurso y ahora dice que ella ama a todo el mundo «sin reservas» y que nunca saldría con un hombre no sólo casado ni siquiera separado que no tenga el divorcio. La tormenta que desató el fraguado romance la asustó. En tanto, en la improvisada pista de baile, algunos acompañaban al embajador en sus brincos gritando «el que no salta es un holandés».

Vamos a terminar con un chiste feminista. Una mujer de mediana edad va a ver a una gitana, famosa porque sus predicciones casi siempre se cumplen. Paga el monto de la visita, se sienta en el tugurio que hace las veces de consultorio de la adivina, y extiende su mano derecha para que la gitana se la lea. La clarividente, después de un breve examen, palidece y dice:

-Hija mía, no sé cómo darte la noticia, pero aquí veo con claridad que tu marido morirá en las próximas 48 horas…

La mujer también se demuda, y pregunta:

-Y decime, gitana: ¿podés ver cómo muere?

La adivina vuelve a examinar la mano y responde:

-Pues sí, claro… ¡Es asesinado violentamente!

La clienta hace una larga pausa, respira hondo, piensa un rato más y dice:

-Mirá, hay algo más que tengo que preguntarte, y necesito que pongas la máxima atención y el máximo esfuerzo en la respuesta.

-Pero claro, hija, pregunta nomás.

-En el juicio, ¿me absuelven?

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